Me aislaron en una pieza tipo bunker, sin compañía, sin vista al exterior y con enfermeros y médicos entrando como astronautas. De repente a las 3 de la tarde un rayo de sol logró colarse por una esquina diminuta de la ventana. Me llegaba en la cara. Recordé que hay un mundo esperándome afuera. Sonreí y me deleité esos 10 minutos que duró el rayito de sol.